miércoles

Los molineros y su entorno.

En el angosto valle, por la abrupta zona de sierras, se desliza rápida la ribera. Sus escurridizas aguas huyen fugaces de los manantiales que la vieron nacer. A su paso, van arañando el terreno blando, erosionándolo y haciéndolo cada vez más profundo, formando incluso hoyas que los molineros usan como improvisadas albercas naturales. El torrente sólo se ve frenado por los ingenios del hombre, que entorpecen su camino y aprovechan la huída de las aguas como fuerza motriz para mover los mecanismos de molienda. En este entorno hostil todo se aprovecha. Incluso en las tierras más inclinadas, en algunas zonas los hortelanos han realizado unas pequeñas terrazas para ganar espacio a la sierra y poder labrar sus terruños. Consiguen sacar productos variados, según la estación, y servirse durante todo el año de frescas frutas y de verduras para aderezar sus guisos. Los productos que no pueden sacar de la tierra los consiguen o bien en el mercado de la plaza mayor de Llerena, o bien mediante trueques concertados con los agricultores y los ganaderos de la zona.

Las construcciones de los molinos suelen ser desordenadas y artesanales, pero siempre siguiendo los precedentes de los andalusíes. Se usa, en la mayoría de los casos, los materiales que extraen de la zona. La sierra provee a los molineros de piedras comunes o de pizarras que alternan con el ladrillo para conformar los paramentos. El monte también abastece de madera que, además de para calentar y cocinar, se emplea para la fabricación de las puertas, las ventanas y las techumbres, en las que se entrelazan las gruesas vigas con tablas traviesas. Además se utiliza para la elaboración de algunas de las partes de los mecanismos que mueven la muela de los molinos. El conjunto se remata con las típicas tejas rojas que se ven en todas las casas de Llerena.

En algunos tramos de la ribera, además de los molinos, se aprecian algunas simples infraestructuras artesanales. La arroyada se puede ver atravesada en algunos puntos por pequeños puentes elaborados con simples piedras colocadas estratégicamente para salvar las aguas con saltos o con troncos que atraviesan de una orilla a otra. También hay angostos senderos que nos llevan del camino principal a las construcciones molineras. En conjunto es todo una perfecta armonía del hombre con su entorno.

La vegetación silvestre de esta zona es muy abundante y diversa. En la orilla de la ribera son comunes las adelfas, los tamujos, los rosales silvestres, las zarzamoras y los frondosos sauces. Subiendo la sierra, sin embargo, abundan las encinas dispuestas sobre un denso sotobosque de matorral, en el que es fácil diferenciar los pegajosos jarales de las espinosas aulagas y retamas. Se aprecian igualmente los intensos olores que desprenden el hinojo, el tomillo, el orégano, el mastranto o el poleo. Algunas de estas plantas se usan en la comarca, desde tiempos inmemoriales, para aderezar los guisos y condimentar las carnes de la caza y de los pocos peces que se atrapan en los riachuelos.

martes

El camino a los molinos.

Cruzando la puerta de Montemolín, salgo de la fortificación llerenense, en dirección a la ribera de “Los Molinos. Su corriente de agua discurre por un estrecho valle en la sierra a unas pocas millas de la ciudad. El transitado camino que hay que salvar hasta llegar allí se intenta conservar en buenas condiciones todo el año. Es la única vía que tienen los labradores de Llerena y de los pueblos cercanos para llevar sus carruajes cargados del grano de cereal de la campiña a la molienda. Es un ir y venir casi continuo, sobre todo en las épocas de cosecha o recolección, de campesinos con sus bestias de tiro y carga, o de pastores con sus rebaños de cabras y ovejas que van a pastar.

Los campos por los que transcurre el camino están cercados por las típicas tapias rurales, levantadas de forma inexacta con piedras irregulares que hacen de lindes entre las diferentes parcelas. La polvareda y el sonido del galope del caballo van acompañados durante toda la marcha por los cantos de los jilgueros y los gorriones que se hacen con el grano que cae a la tierra, los balidos de los rebaños de ovejas y cabras que pacen, los mugidos de los ganados de vacas de leche, los ladridos de los perros guardianes, o las voces y los cantos de la gente del campo. También se aprecia a lo lejos el eco de cientos de ranas croando al unísono. Sus cantos acordes proceden de los diversos manantiales o las pequeñas lagunas del piedemonte, que suelen estar preñadas de agua en las estaciones más lluviosas.