martes

El camino a los molinos.

Cruzando la puerta de Montemolín, salgo de la fortificación llerenense, en dirección a la ribera de “Los Molinos. Su corriente de agua discurre por un estrecho valle en la sierra a unas pocas millas de la ciudad. El transitado camino que hay que salvar hasta llegar allí se intenta conservar en buenas condiciones todo el año. Es la única vía que tienen los labradores de Llerena y de los pueblos cercanos para llevar sus carruajes cargados del grano de cereal de la campiña a la molienda. Es un ir y venir casi continuo, sobre todo en las épocas de cosecha o recolección, de campesinos con sus bestias de tiro y carga, o de pastores con sus rebaños de cabras y ovejas que van a pastar.

Los campos por los que transcurre el camino están cercados por las típicas tapias rurales, levantadas de forma inexacta con piedras irregulares que hacen de lindes entre las diferentes parcelas. La polvareda y el sonido del galope del caballo van acompañados durante toda la marcha por los cantos de los jilgueros y los gorriones que se hacen con el grano que cae a la tierra, los balidos de los rebaños de ovejas y cabras que pacen, los mugidos de los ganados de vacas de leche, los ladridos de los perros guardianes, o las voces y los cantos de la gente del campo. También se aprecia a lo lejos el eco de cientos de ranas croando al unísono. Sus cantos acordes proceden de los diversos manantiales o las pequeñas lagunas del piedemonte, que suelen estar preñadas de agua en las estaciones más lluviosas.

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